El miedo

Sentir el miedo, sientir la emoción del miedo, sentir el miedo en el cuerpo. Cómo afrontar el miedo, cómo digerir el miedo.
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¡Hola cuerperxs! Con este artículo inauguro la categoría Laboratorio, una categoría en la que voy a encajar reflexiones que actualmente estoy elucubrando y por lo tanto aún no les he dado forma, ni he corroborado, ni he contrastado. En esta categoría voy a desnudarme emocionalmente, voy a abrirme en canal y a escribir lo que vivencian mis entrañas. Puede ser que en una semana sienta otra cosa, o que en un año lo relea y piense que no era realmente esto lo que me estaba pasando. Tanto si lo que estoy viviendo ahora lo confirmo en un futuro como si no, al final es un peldaño que estoy avanzando en mi proceso de vivir en el cuerpo, y si lo estoy escribiendo en este espacio es porque considero que es algo interesante.

El artículo de hoy trata de lo que irónicamente he llamado el cuento de la vida de Senda, y que hoy lleva por título “Senda y sus miedos”. Este cuento trata de una niña que desde bien pequeña convivía con miedos, y que a medida que pasaban los años, en lugar de desaparecer los viejos miedos, o de transformarse, se añadían nuevos miedos a la larga lista. Estos miedos podían aparecer delante de multitud de situaciones cotidianas y banales, y podían ser el miedo a ser aceptada, a ser rechazada, a hacer, a no hacer, a lo que dirán, a qué no dirán, a no hacer nada de valor en su vida, a brillar, a que le pase la vida por delante sin disfrutarla lo suficiente, a que le hagan daño, a que la ignoren, a no saber qué hacer, a hacer demasiado… Como veis su lista de miedos es muy larga e incluye casi todo.

Siempre he creído que soy fuerte, y probablemente si le pregunto a mis amistades qué cualidades me definen entre ellas estará la cualidad de “fuerte”. Pues bien, he descubierto que aunque yo me sienta fuerte, mi cuerpo siente muchos miedos, como la Senda del cuento. Y supongo que os preguntaréis: “¿Cómo puede ser que tengas miedo a tantas cosas? ¡Eso es un sin vivir! ¡No puedes hacer nada!” Pues realmente hago todas las cosas que quiero hacer, pero en el trasfondo-fondo-fondo de mi cuerpecito hay un temblor que ya no sentía de forma consciente y con el que me acostumbré a vivir. Y ese temblor, que era casi imperceptible, tomaba muchas formas: a veces tenía la forma de vergüenza, a veces de preocupación, a veces de angustia, a veces de nervios, y otras muchas veces de ansiedad. Y esta forma que tomaba a veces me obligaba a comportarme de algún modo: evitar una situación, obligarme a actuar en una situación, necesitar una cerveza, necesitar un trozo de chocolate… Y a la vez, después de este comportamiento “obligado”, venía un autojuicio: por qué soy así, por qué no lo puedo hacer, por qué lo he vuelto a hacer, lo he conseguido, a la mierda todo… Y en algunos casos el autojuicio venía con culpa —¡lo peor de lo peor para una misma! No hay nada más autodestructivo.

Pues bien, he descubierto que al principio de toda esta secuencia, en la que a lo mejor muchxs os reconocéis, hay el miedo. Y ahora muchxs diréis: está claro, no has descubierto la luna. Cierto, esto está escrito en muchos lados, y leyéndolo ahora así, en estas líneas, parece lógico, claro y sencillo. Pero creo que la dificultad real de todo esto radica en descifrar la emoción que sentimos en ese momento en el que estamos idxs, en ese momento en el que parece que nos hayan pulsado un botón y actuamos de forma automática, sin darnos tiempo a cuestionarnos lo que vamos a hacer y porqué lo hacemos. En ese momento en el que de forma automática te levantas del sofá para ir a buscar el paquete de galletas; en ese momento en el que dices “sólo una” y te comes la mitad (por ejemplo). Sí, en ese momento en el que parece que no sientes nada, a lo mejor solo te sientes intranquilx, pero no puedes frenarte y actúas como un robot. En ese momento justo yo sentía un suave temblor dentro del pecho y la cabeza ida, en estado de alerta. Una levísima e imperceptible vibración. Y cuando empecé a darme cuenta de eso que sentía no supe como llamarle, y por ponerle un nombre le llamé ansiedad. Pero la ansiedad no es una emoción. Y ahora que estoy aprendiendo a escuchar mi cuerpo he descubierto que esa vibración a veces es miedo. El miedo, eso que sólo tienen los cobardes (lógicamente es un sarcasmo). El miedo, esa emoción que consideran negativa, que nadie quiere tener, y que sólo la reconocen los casos más extremos que tienen mucho miedo o fobia a algo. El miedo al final es una sensación corporal, una reacción fisiológica que te prepara el cuerpo para actuar, no es más que eso. Y en esta sociedad parece que tener miedo es malo, o que incluso te rebaja el estatus social.

Estoy leyendo un libro que me ha ayudado a sentir ese leve temblor en el pecho y el cerebro superrevolucionado, y me ha ayudado a hacerme las preguntas correctas para descubrir que eso es la emoción del miedo. Pues, ¡hola miedo! Te saludo con una sonrisa :) Sí, ahora que te reconozco puedo saludarte y no percibo los pensamientos y acciones que me desencadenas como un peligro, sino que te percibo aliviada, porque por fin te veo. Te expresas a través de mí, pero no soy yo.

Ahora retomo la frase que he dicho al principio para continuar con la reflexión: “aunque yo me sienta fuerte mi cuerpo tiene muchos miedos”. Sí, racionalmente me siento fuerte y actúo como tal, pero corporalmente mi cuerpo siente miedos en determinadas ocasiones, que con los años he aprendido a ignorar, tapar, evitar y evadir. Y he aprendido a hacerlo muy bien, porque ahora no lo sentía en absoluto. Pero mi cuerpo me lo gritaba por otros lados y de otras formas, como por ejemplo la forma a la que yo llamé ansiedad, pero la sensación corporal era la misma, solo cambiaban las formas.

Ahora viene la segunda parte del cuento de la vida de Senda: admitirlo, asimilarlo, convivir con ello, hasta que ¡puf! desaparezca. O por lo menos hasta que cambie mi forma de vivenciarlo. Sí, todo el mundo dice que se tiene que abrazar y sentir el miedo, o la tristeza, para que pasen, pero reconocer tener estas emociones y hacer todo este proceso una misma es súper difícil. Y lo que para mí ha sido más difícil es descubrir la emoción que tenía debajo de todas las capas de cebolla que con los años me he puesto. El libro de El proceso de la presencia me está ayudando mucho con todo esto, es una lectura que recomiendo a todo el mundo, te pone el mundo del revés y con un poco de constancia y paciencia creo que es una herramienta muy útil para evolucionar a nivel emocional y estar más en comunión con nuestro cuerpo y nuestra vida.

Y creo que lo dejo aquí, que ahora tengo trabajo cosiendo mi cuerpecito.

¡Hasta el próximo desgarre corporal de laboratorio! Un abrazo sin miedo.


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