Tal y como ya conté en el anterior artículo, en un determinado momento de mi vida algo despertó en mi interior y, sin haberlo decidido expresamente, empecé a aplicar la filosofía slow en un breve lapso de mi rutina diaria.
Filosofía slow
Para quién no lo sepa, el objetivo del movimiento slow o movimiento lento es retomar las riendas de nuestra vida y vivirla con calma, siguiendo los ritmos biológicos naturales, sin prisas ni estrés, o lo que viene a ser lo mismo: tomar el control del tiempo y no dejar que nos gobierne en los quehaceres diarios. En la actualidad se valoran de forma positiva las actitudes superproductivas, cuanto más productiva es una persona más bien valorada está. Nos enorgullece enormemente cuando al terminar el día vemos que hemos hecho “todo lo que queríamos hacer”. Pero, realmente, ¿eso nos llena? ¿Nos dedicamos tiempo para apreciar o vivir eso que hemos hecho? Y después de tanta productividad nos sentimos con cansancio, a menudo aplazamos los placeres para terminar con las obligaciones, si no es que terminamos cada día con la sensación de no poder con todo. El sistema capitalista es agotador.
El movimiento nació en 1986 como una protesta ante la apertura de un McDonald’s en Roma. Con este acto surgió el movimiento Slow Food, en contraposición al fast food, y poco a poco fue abarcando más esferas como la personal (Slow Life), social, relaciones sexuales, y hasta abarcar comunidades y ciudades (Cittaslow). Es un movimiento colectivo que no está encabezado por nadie, aunque sí que podemos hablar de Carl Honoré como uno de sus gurús, el cuál escribió el famoso libro de Elogio de la lentitud.
Decrecimiento y ecofeminismo
Quiero aprovechar esta escueta introducción teórica a la filosofía slow para poner sobre la mesa un par de términos que considero relevantes y que también es interesante tener en cuenta (y por lo tanto reflexionar y cuestionarse) cuando andamos este camino de vivir en el cuerpo. Si te da pereza leer esta breve “chapa” puedes ir directamente al siguiente punto, no pasa nada :) Más adelante ya profundizaré sobre ellos.
A nivel político, económico y social, una de las corrientes que paralelamente ha ido evolucionando con el movimiento slow es el decrecimiento, que lucha por reducir la producción económica para poder establecer una nueva relación de equilibrio entre el ser humano y la naturaleza, y entre los propios seres humanos. Todos sabemos que el ritmo de producción y consumo actual es inviable a largo plazo, está por encima de la capacidad de regeneración natural del planeta. Nos estamos cargando la Tierra a pasos agigantados. Por eso ya no hablamos de “desarrollo sostenible” sino de decrecimiento: reducir el consumo energético, de materiales…
Pero un paso más allá del decrecimiento tenemos el ecofeminismo. Éste, además de abogar por el decrecimiento y el ecologismo, tiene como objetivo alcanzar la igualdad entre las personas (sexo, género, raza, estatus social…) y redefinir la relación del ser humano con los demás seres vivos para habitar más pacíficamente la tierra. Ya reflexionaré más sobre el ecofeminismo en otro post, aquí sólo quería hacer una breve introducción de este movimiento, porque para vivir en el cuerpo es necesario reflexionar y cuestionarse todas estas cosas.
Vivir en el cuerpo de modo slow
En mi caso empecé a aplicar la filosofía slow cuando nació en mí la necesidad de frenar mi paso al andar. El acto automático de andar me servía de ancla para prestar atención al instante presente y obligarme a andar relajadamente, sin prisa, apreciando lo que tenía a mi alrededor, notando cómo mi cuerpo bailaba torpemente en cada paso, e intentando que ese baile fuese más armónico. Me encantaba ese momento, me sentía superpresente, sentía que mi mente estaba en “la realidad” y no me tenía absorta en mis (sus) pensamientos.
Esta “tontería” me llevó a comprobar que, cuando me despistaba, la atención se devolvía arriba, en la mente, y cuando yo la volvía a bajar al cuerpo (o a “la tierra”) me daba cuenta de que mis músculos habían vuelto a tensarse automáticamente y que volvía a andar como un robot inclinado unos 60 grados. Par seguir anclada en el proceso de andar presente y relajada, o andar slow, me repetía a mí misma las palabras: “Fluye”, “Siente”, y “Músculos destensados”.
Como sentía que eso de frenarme y anclarme en el presente era beneficioso para mí, intenté ir aplicándolo a más rutinas, ya que “tenía prisa” en muuuchos actos automáticos. El siguiente momento que seleccioné fue la hora de lavar los platos. Así pues, cuando lavaba los platos intentaba hacerlo lentamente, superpresente, sintiendo el agua cómo corría por mis manos, fijándome en la postura corporal, y sin exceso de tensión. A veces lo hacía escuchando música y bailando, disfrutando ese breve momento que, de este modo, parecía más largo.
Cambiar el foco de atención
La idea de todo esto era ir encontrando momentos en el día a día en los que desconectar la mente de los “tengo que”, “y si…”, recuerdos, planificaciones futuras, diálogos inventados en posibles futuros encuentros… y poner el foco de mi atención en el cuerpo, en lo que ahora estoy haciendo y en lo que estoy sintiendo a través de los sentidos. Es decir, moverme o vivir de una forma más perceptiva (que no emotiva), y que, para poder hacerlo así, tenemos que hacerlo en modo slow o lento.
A medida que me sentía más presente en mis actos confirmé que cuando no vivía en mi cuerpo tenía tendencia a mantener todos los músculos con un grado de tensión excesivo. Y descubrí algunas cosas muy interesantes pero que no encajan en este artículo dedicado a la filosofía slow, así que lo dejaré para otro artículo ;)
Nota: Si alguna persona está interesada en obtener más información sobre los temas que se tratan, en la Biblioteca puedes encontrar artículos y vídeos interesantes.